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Channel: mirar – El artista del alambre
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al otro lado del mar

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Llegaron los hombres del otro lado del mar a bordo de extraños barcos coronados con cabezas de animales talladas en sus quillas. Dejaron a su paso una extraña cosecha de cuerpos mutilados que exhibían sus vísceras al sol inclemente y un reguero de niños que nacieron a los pocos meses con el pelo oscuro, ojos tan profundos como el mar del que vinieron y almas tan corruptas como las criaturas que los habían engendrado.

Los supervivientes hicieron lo que hacen siempre tras cada batalla: intentar seguir con sus vidas. Enterraron a sus muertos y rezaron por sus almas, reconstruyeron lo que pudieron y rogaron ayuda a los dioses para mantener aquellos barcos alejados de las costas.

Las mejores cosechas, los animales más sanos ardieron durante días en los templos que se alzaban en el monte que vigilaba la isla desde las alturas. Durante semanas el humo sagrado de aquellos rituales se elevaba hacia los cielos impulsado por las plegarias de los fieles y se difuminaba entre las plácidas nubes buscando la gracia divina.

De todos los dioses, sólo Poseidon respondió a la llamada. Los habitantes del pueblo aún no lo sabían, pero no había más que odio en el corazón del viejo Dios que hacia responsable a toda la humanidad de la muerte de su hijo, Polifemo, a manos del infausto Ulises.

Hacía siglos del mítico viaje de Ulises y ya nadie recordaba la crónica de su odisea, era una leyenda, un mito al borde de la nada. Aquellos que lo conocieron eran olvido, como olvido era el propio Héroe para todo el mundo menos para Poseidon. Él recordaba, recordaba cada día la muerte de su vástago a manos del hijo predilecto de la mil veces maldita Ítaca.

En el corazón de los dioses no hay tiempo, sólo memoria. Los dioses pueden hacerlo todo menos olvidar.

No os preocupéis, yo os ayudaré en esta hora aciaga, bramó el Dios desde las alturas. Erigid una estatua en mi honor a la entrada del puerto y ya no entrarán más barcos. Cada vez que una embarcación cruce ante sus ojos un huracán hará astillas la embarcación.

Y así fue como, una vez descubierta la estatua con la testa del dios a la entrada del puerto, aquella isla quedó incomunicada del resto del mundo. Desde aquel día ningún barco pudo entrar en el puerto, ningún barco pudo salir de la isla.

Ese era el verdadero significado de las palabras de Poseidon: Cada vez que una embarcación cruce ante mis ojos un huracán hará astillas la embarcación.

Se habían quedado incomunicados, aislados en ese pequeño trozo de tierra llena de naranjos y azotada por el viento. Los pactos con los dioses siempre esconden una trampa en su podrido corazón.

Los habitantes comprendieron la lección demasiado tarde: no hay que fiarse nunca de los dioses. No es posible ser omnipotente, omnipresente e inmortal y no acabar odiando a esas criaturas tan débiles y tan crueles que creaste en un momento de absurda debilidad.

Con esta entrada concluye la trilogía de Ítaca que ha ocupado las últimas semanas:

Y es que Ítaca siempre ha tenido un lugar muy importante en todas nuestras cartografías.


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