Quantcast
Channel: mirar – El artista del alambre
Viewing all articles
Browse latest Browse all 406

ni está, ni se le espera

$
0
0

Los cuerpos se amontonan en completo desorden al pie del altar. Algunos bultos son grandes y otros muy pequeños. Muchos tienen los brazos extendidos hacia el altar como si hubiesen intentando conjurar un último y fallido rezo. Casi todos tiene la cara tapada o vuelta contra el suelo, aunque es sencillo distinguir a las mujeres y los niños mirando los pies descalzos.

Ese es, a grandes rasgos, el boceto que componen los cuarenta y tres cadáveres sobre el suelo de la iglesia. La historia que hay tras sus muertes no parece importarle a nadie. Incluso el cristo de mármol que observa la escena desde las alturas lo hace sin especial asombro. Quizás es que ya ha visto todo el dolor, la sangre y la misera que caben en una vida humana. Para ser sinceros, el cristo tiene la misma cara de sufrimiento que tenía justo antes de empezar el tiroteo. La cara de alguien a quien han alicatado a un cacho de madera.

Los hombres que portan los fusiles tosen y bizquean, confusos en medio del humo que deja entrever el cuadro de cuerpos caídos que han compuesto en apenas dos minutos de violencia desatada. Casi ninguno lleva un uniforme completo, son apenas harapos que recuerdan levemente a ropajes del ejército, pero las armas brillan por el aceite y responden con mecánica precisión a los impulsos de sus dueños.

El gigante con barba que parece comandar el grupo agita los brazos ordenando parar los últimos disparos y todos quedan en completo silencio observando la escena. El eco amplifica y distorsiona el goteo incesante de todos los líquidos escapando de esos cuerpos sin vida y en el aire aletea una mezcla de orines, pólvora y descomposición.

El tipo de la barba observa lobuno la escena y se vuelve hacia sus hombres buscando algún signo de flaqueza, un atisbo de compasión intentando asomarse en alguna de esas caras cetrinas y de color cemento que le aguardan en silencio. Todos se cuadran intentando parecer marciales y parecen incluso tragar saliva al unisono.

Satisfecho con el resultado, el tipo se acerca al montón informe de cuerpos y da un par de patadas aquí y allí, a las cabezas y espaldas de los caídos. Sin respuesta. Termina de recorrerlos y se planta con los brazos a la espalda, clavando sus ojillos de rata ante el cristo de mármol en un juego de miradas sin mucho sentido.

Al seguir sin respuestas desde las alturas, decide subirse al púlpito y, vuelto hacia los cuerpos amontonados, abre su bragueta y saca a relucir una picha gorda y rosada. Apunta hacia el montón de cadáveres y deja escapar un generoso chorro de orina que cae sobre ellos elevando pequeñas volutas de polvo y humo.

Alguno de sus hombres, aún firmes, palidece ante aquello e intentan fijar la vista en algún punto muy lejos y muy por encima de esa realidad que ellos mismos han conjurado.

Cuando ha terminado de regar la escena, el tipo, con los pantalones a medio bajar, se vuelve con los brazos abiertos al cristo del altar. Gira su cuerpo a un lado y al otro de la iglesia retando a las vírgenes de límpida mirada y a los santos de espadas flamígeras. ¿Dónde el rayo mortal que fulmine al pecador?, ¿dónde la ceguera que lo arroje del caballo?

Aún sin respuestas. Sólo el sonido de más fluidos goteando incómodos en medio de aquella sala.

Opta por guardarse el miembro del que se cuentan casi tantas batallas bélicas como de su dueño y hace una reverencia hacia sus hombres que ahora sí, ahora aplauden con ganas y se dan palmadas unos a otros, orgullosos de tener algo que contar cuando todo aquello acabe. Porque aún son jóvenes y piensan que todo aquello acabará algún día.

***

Lo has visto todo. No hagas como que no lo has hecho porque estabas escondido. Ese horror era real y ahora ya forma parte de tu vida.

El curita sale de su escondrijo tras un viejo órgano que hace siglos se quedo mudo y se asoma a la barandilla. Allí abajo, los restos masacrados de su rebaño.

¿Qué puede decirse de un pastor que huye cuando su rebaño más lo necesita?. Esa es la pregunta que ahora mismo aúlla en su cabeza.

Cuando vieron llegar los coches muchos corrieron a refugiarse en la iglesia en un gesto ancestral, casi tan viejo como la humanidad. ¿De verdad creían que eso serviría de algo?, mueve la cabeza apesadumbrado, hundido bajo el peso de una realidad de la que es prisionero.

Intenta buscar una explicación a todo ese horror, algo que en el gran orden del Universo otorgue algo de sentido a un acción tan brutal. En vano, por mucho que lo intente apenas recuerda algo de sus clases en el seminario. Lleva años haciendo los mismos sermones que copiaba de un libro abandonado por el anterior cura en la sacristía. Nunca se había hecho grandes preguntas y ahora la única respuesta era ese montón violado y maltratado allí abajo.

Sale de su escondrijo y comprueba que tiene la sotana húmeda de orines y sudor, pero apenas presta atención: sólo piensa en subir a lo más alto de la torre y dejarse caer, morir con su rebaño intentando buscar un poco de dignidad en la derrota.

Vuelve a mover la cabeza, eso sólo empeoraría las cosas a los ojos del señor. O quizás no, concluye, es imposible saberlo.

Baja las escaleras y se planta ante el cristo del altar con los puños cerrados de rabia. La figura de las alturas continúa pétrea e indiferente ante su sufrimiento. Piensa, con horror, que le esta retando, adelante, parece decir, di lo que piensas.

Intenta conjurar una última oración para su rebaño, encender una pequeña luz en esa oscuridad inmensa que se cierne sobre ellos, pero se ha quedado vacío, hueco… desnudo. No hay palabras para aplacar semejante horror.

Se arranca el alzacuellos y lo arroja sobre la pila de cadáveres que lo recibe indiferente.

Las respuestas, de existir, se encuentran en otra parte.

 

ni está, ni se le espera
[Total: 3    Average: 5/5]

Viewing all articles
Browse latest Browse all 406

Trending Articles