Los edificios han avanzado sigilosos hasta la primera línea de la playa. Se han acercado como bañistas temerosos que tantean la temperatura del agua en el primer baño del verano.
Al otro lado aguarda el mar, tranquilo y silencioso como una criatura sin miedo. El mar es una divinidad geológica; esos edificios no le dan ningún miedo porque sabe que pronto serán ruinas, después polvo, y al final olvido.
Se nos han acabado los mapas. Ni continentes desconocidos ni viajes al centro de la tierra: no nos queda nada por descubrir.
Sólo avanzar y avanzar hasta llegar al final, al límite de lo conocido.
Hasta el mar.