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Los hijos de Julio Verne aprendimos que toda aventura comienza con alguien mirando hacia un mar desconocido a través de un catalejo.
Ese mar lleno de posibilidades -y peligros- sería la vida adulta que nos esperaba. Pero no le teníamos ningún miedo, porque, creíamos entonces, sería fácil cruzarlo con la compañía de unos buenos camaradas y el valor que hallaríamos en nuestro corazón.
Luego llegaron las tormentas, las dudas y los temores; la vida adulta como un lugar sin mapas. Y la soledad, claro, porque de ese mar se sale igual que se entra: en completa soledad.