Mis fantasmas viven desterrados al norte de los mapas que he ido trazando a largo de toda una vida. A veces, en días como hoy, vienen a visitarme y me los encuentro al salir de la ducha o mientras preparo el desayuno.
Ya no importa. Han dejado de asustarme porque he entendido que no pueden hacerme daño.
Nunca dicen nada. Se quedan muy quietos en la otra esquina de la habitación y me señalan con un dedo acusador para dejarme claro que no se han olvidado de mi durante su destierro.
Con su mudo reproche me hacen soñar con realidades ficticias en las que siempre aparezco feliz. En otros lugares, junto a otras personas a mi alrededor que acabaron por marcharse y de las que apenas conservo algún recuerdo. Un carrusel con diferentes versiones de mi vida en las que me veo casada, con un puñado de hijos colgando de las faldas, llena de canas y con esas arrugas que cincela la felicidad en la comisura de los labios.
Cualquiera de esas imágenes borrosas podría haber sido tu vida, es el mensaje que tratan de transmitirme mis espectros.
Esa felicidad que ahora parece tan distante habría sido tuya si hubieses sabido elegir. Si no te hubieses rendido demasiado pronto, si hubieses aguantado un poco más.. si en vez de esto, aquello. Si arriba en vez de abajo. Decisiones, siempre decisiones que nunca salieron como deberían. Y en cada una de esas decisiones al final, justo al final cuando ya lo dabas todo por perdido, esperaba escondida la felicidad.
Mis fantasmas quedaron atrapados en aquel norte que no era solamente geográfico y yo, en una estúpida declaración de intenciones decidí vivir de espaldas al mar. En una ciudad, ahora empiezo a entenderlo, que siempre me resultará extraña y en ocasiones hostil.
Cuando regreso a aquella tierra que es la de mis antepasados mis fantasmas se hacen carne. Su presencia se torna demasiado vívida, casi palpable y con ellos vuelven los recuerdos, las historias y todos los muertos que he ido abandonando en los laterales del camino.
Es un lugar peligroso. Al norte del norte los vivos y los difuntos ocupan un mismo espacio físico y es demasiado fácil ensoñarse con segundas oportunidades que esta vez, esta vez sí, saldrían como debieron salir en su momento.