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Channel: mirar – El artista del alambre
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trampantojos

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Aquí tenéis la belleza de un copo de nieve, decía el profesor. Al decirlo, pulsaba el viejo proyector que despertaba de su letargo con un chasquido de poleas y engranajes, regurgitando una nueva diapositiva sobre la pared.

El polen de las flores, granos de arroz… un caleidoscopio de formas desfilaban en un carrusel borroso revelando el orden interno de la naturaleza. Las superficies suaves y redondeadas desaparecían bajo la afilada lente del microscopio para mostrar fractales, series enloquecidas de Fibonanacci, criaturas de pesadilla en el rostro de pacíficos insectos… Todo un orden interno escondido ante nuestros ojos. Los trampantojos que nos ocultan los andamios invisibles que sostienen el universo.

He aquí, concluía con entusiasmo el profesor, la irrefutable prueba de la obra de Dios. Lo decía con un orgullo que lo elevaba unos centímetros sobre sus talones, como si ese Dios al que aludía hubiese repartido el mérito con él, un profesor náufrago en un instituto de la periferia, bajito, de mediana edad y con una miopía que le hacía parecer siempre sorprendido cuando hablaba con nosotros.

En aquel viejo colegio de ladrillo y abarrotado de niños, esa hora con las diapositivas era el mejor momento de mi semana. Las ventanas cerradas que no dejaban pasar la luz, el ruido anestesiante del proyector, y las motas de polvo atrapadas en el rayo de luz que bailaban en espiral, en un lento y secreto baile que me hipnotizaba durante horas.

Recordando esas clases, me doy cuenta de que para el profesor aquello era más que una simple lección. Era su lucha. Una lucha silenciosa, porque aquel profesor, como otros muchos antes que él, estaba entregado a la fallida tarea de encajar a su Dios con la ciencia. Una tarea que ya entonces se intuía imposible porque todo su sistema de creencias era incompatible con el método científico.

La religión de mi profesor había aspirado a un todo, a imponerse en el ring del universo en vez de quedarse en el terreno menos resbaladizo de las metáforas y de los códigos morales. Con cada paso que ha ido dando la ciencia, esa religión ha ido encogiéndose a un lugar cada vez más pequeño.

El Dios de mi profesor ya no es un artesano afable que modela cada copo de nieve con dedicación. Cada vez se parece más a un conserje cansado que cada mañana enciende las luces del edificio, comprueba la vetusta caldera y pone en marcha la calefacción, antes de marcharse a un pequeño cubículo donde lee viejas revistas deportivas de cuando el mundo era un lugar mejor.

Recordaba eso esta mañana, empeñado como estaba en obtener una fotografía macro 1:1. Según lograba acercar la lente con la ruedecilla del raíl, aparecían los viejos andamiajes del universo. Fractales, geometrías, cristales unidos por una tenue fuerza…

El orden en el caos, los pasos de un aburrido conserje resonando en los pasillos de un viejo edificio que pronto, muy pronto, en cuanto suene la campana del big bang, se llenará de niños, de ruido… de vida.


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