Ocurre el primer sábado de cada mes, aunque otras voces más autorizadas apuntan al veinticinco de marzo, día de su cumpleaños. Tampoco es un dato importante, en alguno de esos días la silueta de la chica aparece de manera puntual en uno de los pilares del puente, muy cerca del agua.
La guía que nos ha llevado hasta allí intenta ponerse racional y aventura algunas explicaciones perfectamente lógicas sobre las formas proyectadas por los edificios o las decoloraciones de la piedra que oscurecen y crean formas caprichosas. No pone mucho empeño en convencernos porque es puro teatro, en el fondo la guía quiere que creamos con fervor en las misteriosas apariciones para poder seguir cobrando por la visita a un puente por lo demás bastante anodino.
No es la única, gracias a esa aparición sobreviven las tiendas de las dos orillas vendiendo chapas y tazas que recuerdan aquel trágico suceso de hace casi un siglo. Una mujer, apenas una niña, esperando a un novio que nunca apareció y un suicidio por amor ante aquella ausencia. Nunca encontraron su cuerpo pero, ¿qué otra explicación podría existir? El amor que todo lo puede, el amor que se cobra una vida como peaje porque sino no sería amor, sería rutina.
En realidad, me dice cuando se han ido todos, eso no es del todo cierto. Fui yo la que no se presentó en el puente aquel día. Nos apoyamos sobre la barandilla y miramos al unísono en dirección a los pilares lamidos por el agua donde se adivina su figura.
Por algún motivo ha empezado a hablar conmigo al acabar la visita. Estaba camuflada entre el grupo de los escépticos, los que se quedan atrás sin escuchar las explicaciones y pasan casi todo el rato mirando sus pies. Son fáciles de reconocer, aparecen en casi todas las visitas guiadas y sólo buscan una foto siempre con su cara en medio, un recuerdo, algo que poner en sus redes sociales cuando vuelvan. Son cazadores de momentos pero casi siempre se olvidan de vivirlos.
Recuerdo unos ojos glaucos del color de las nubes que se amontonaban sobre nuestras cabezas. Unos ojos casi sin vida y una boca grande con unos dientes muy blancos. La boca y esos ojos parecían trozos de dos personas distintas, una que estaba al inicio de algo, otra que ya había agotado todos los finales. Pero no parecía triste, quizás ya había dejado lejos todas esas sensaciones que nos acompañan a los vivos.
No era mala persona, el chico, añade ante mi mirada interrogante. Se ha cambiado de posición, la espalda apoyada sobre la barandilla de forma que ahora miramos hacia el pueblo. Quizás se merecía algo más por mi parte, eso es cierto. Una explicación, quizás… no lo sé. Nunca pensé que podría llenarse los bolsillos de piedras y se dejaría llevar por la corriente. Ahora todo es distinto, antes todo era más trágico, ¿verdad? Apenas nos habíamos conocido y ya quería que nos fugásemos no sé dónde. También el río, se vuelve a girar y señala la corriente, antes bajaba más agua, era peligroso.
Estamos un rato en silencio. Ahora la miro sin disimulo y no encuentro ni rastro de la niña que fue. Ella no dice nada, parece un poco arrepentida de ese momento de intimidad que hemos compartido.
En realidad, acaba confesando con una sonrisa traviesa, creo que era un poco imbécil.