Un dos tres cuatro ochenta y siete. Pulsaciones por minuto. Los aeropuertos me ponen tensa. Los pasajeros con destino Berlín embarquen por la puerta 21. Berlín o la promesa de lo que nunca será. Ha soplado una brisa de aire helado cuando la chica ha pronunciado Berlín por megafonía. Diez años. Berlín y dieciséis promesas rotas. Berlín y ochenta y siete pulsaciones por minuto. Pide champán, te dije, y que sea del caro que va a ser la última vez. Diez años. Dos botellas de clicquot y mucha propensión a empapar en alcohol momentos inefables. Diez. He notado como se metía en mis huesos. El frío. Y ese chico. Ese chico de ojos verdes y peinado raro también lo ha notado. Ha percibido mi escalofrío. Estaba leyendo algo y, de pronto, ha levantado la cabeza y me ha disparado una mirada verde en la sien bbboooommmm…Después, como si nada, como quien no es consciente de la gravedad de sus actos, o lo que es peor, como quien lo es pero se la trae al pairo, ha vuelto a la lectura. Y yo, como si volviese a Siberia o, simplemente, como si me retrotrajese a un lunes cualquiera de hace diez años, he vuelto a tiritar. De miedo, de incertidumbre, de emoción, del viento helado que me golpeó en Berlín entonces y que hoy, diez años después, ha vuelto a desbocarme el corazón.
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Cuento los taxis Gran Vía abajo y encadeno un café tras otro a esa improbable hora del día en que aún nos está permitido creer en milagros. Acumulo minutos como hace un rato acumulaba las horas que quedaban hasta el amanecer y no dejo de preguntarme en qué momento se fue todo al carajo.
Diez años desde entonces. Ni tan siquiera pude llegar al aeropuerto. Paré tres taxis que respondieron con insultos a mis dudas y me dejaron tirado en medio de la calle sin saber qué hacer. Quizás llovía, lo cierto es que no lo recuerdo, pero siempre que imagino veo paraguas y gente corriendo sobre un fondo gris. Es como si no hubiese dejado de llover desde aquel día.
Diez años atrapado en la escena del crimen. Condenado a volver sobres mis pasos sin ser capaz de moverme de la casilla de mi cobardía. Berlín o la radiografía de mi derrota. Berlín o la esperanza de dinamitar una vida construida con tanto esfuerzo.
Quizás nadie sea tan valiente, me digo, pero eso apenas roza el consuelo. A veces la vida nos coloca a la distancia del salto que no damos y todo se queda al alcance de la punta de los dedos.
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Diez años desde entonces y diez años del comienzo de estas páginas. Diez años, toda una vida, o un suspiro.
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